jueves, 18 de septiembre de 2008

Ir más lento

Sí, lo confieso: acabo de terminar de leer Elogio de la Lentitud, de Carl Honoré, y escribo bajo sus efectos.

Cada vez me pasa más seguido: salgo del trabajo, y de golpe estoy en casa. Puede no parecer raro, si no fuera porque mi trabajo está a 1 hora y 3 transportes de mi casa. Magia? Máquina del tiempo? Teletransporte? Nada de eso: rutina. No reparé en nada de lo que pasó en mi vida durante esa hora. Los ojos fijos, la mente embarullada: miles de pensamientos e ideas en una lucha salvaje... nadie gana.

No sé a dónde voy, no sé cuál es mi prisa. Tengo varias, claro, y puedo enumerarlas y justificarlas, pero ninguna es mía realmente. Y si lo pienso mejor, quizás hasta ni siquiera tengan tanta prisa, pero es que vengo con envión y no puedo parar.

Algo está claro, y es que con 40 años ya no me hace mucha gracia seguir corriendo. Me ejercito entonces, cada día, quedándome quieta en la escalera mecánica y dejando que ella me lleve, sacando el pase del tren en el momento exacto que lo necesito y no llevándolo en la mano desde mi casa, comiendo sentada frente a la mesa y no frente a la compu.

En fin, estoy jugando a ir más lento, y todavía mi mundo no se derrumbó.

sábado, 30 de agosto de 2008

Benditos mis sentidos

No sé qué actúa primero, si la memoria o los sentidos. De golpe, cuando estoy metida en mi rutina en Madrid, ausente de recuerdos, en el medio de un silencio escucho sólo el ruuummmm al pasar un auto y ahí sucede: me traslado mágicamente a un momento de mi infancia, en la casa de mis abuelos, en la 5ta. sección de Mendoza capital. No sé cuándo fue eso, pero no hay forma de evitar que un silencio con un repentino ronroneo de un motor me lleve a ese instante que sospecho era una siesta.

Entonces me doy cuenta de los muchos sonidos, sabores y olores que me devuelven una y otra vez a instantes ya vividos. El olor de los postres de Maizena con chocolate, el de las frambuesas, el sabor de la leche condensada, un olor especial que no se puede describir que es el de los álbumes de fotos viejas, otro indescriptible que es el de la Estanciera de mi abuelo, el olor del laurel... todos éstos me llevan a la casa de mis abuelos maternos e irremediablemente me une a mis hermanos montando falsos caballos de "palos de escoba" (suertudo al que le tocaba el que tenía la roja cabeza plástica de un verdadero caballo). Podíamos pasarnos el día entero rodeando la casa en galope y galope.

Recién, por ejemplo, era Andrea Boccelli y su Vivo per Lei. No hay forma de escucharlo sin que vuelva a un momento de mi vida en un Fiat 1 bordó, en Florida Oeste -Buenos Aires-, con mi amiga Bar creyéndonos tenores.

Y Julio Iglesias, Roberto Carlos o alguna canción folklórica: me transporto a mis 9 años, en el Barrio Fuchs en Mendoza, y de golpe es un sábado y toda la familia está ayudando en los quehaceres de la casa.

Y así una y otra vez. Cuando creo que mi memoria está vacía, alguno de mis sentidos me juega una buena pasada y me sorprende con un recuerdo. Benditos! Creo que cada uno de ellos ha viajado conmigo y ha metido en su maleta las cosas que yo creí perdidas.

martes, 19 de agosto de 2008

Expresiones idiomáticas

A un año y un mes exactos desde la creación de mi blog, y a 4 meses de mi mudanza a España, recién encuentro algo que decir, producto de un mail de mis amigas, preocupadas ante mi prolongada desaparición vía mail.

Su pregunta insistente fue: "¿cómo estás?"... y de ahí se disparó mi respuesta, que empezó con una descripción superficial y se fue adentrando sigilosamente hasta hacerme ver cómo estoy. Y lo que surge de todo ésto es que, más allá de descubrir que hasta este momento no sabía cómo estaba, caigo en la cuenta de que las expresiones idiomáticas no son meramente expresiones idiomáticas.

El punto es la diferencia entre el saludo de dos personas en Buenos Aires, y dos en Madrid. En el primero es "¿qué tal, cómo estás?" y en el segundo es "bueno, ¿qué pasa?". Más allá de que en Buenos Aires el "cómo estás" se diga medio a la ligera y a veces el que lo pregunta sea inmune a la respuesta, la verdad es que los argentinos jugamos un poco al terapeuta. Más de una vez le he contado a un taxista mis problemas, hemos sacado juntos conclusiones, formas de manejarlos, ver de dónde vienen, etc.. Y no sólo eso, sino que me he bajado del taxi aliviada.

En Madrid, en cambio, no parece haber lugar para lo que se siente, sino para lo que pasa. Lo de afuera, los hechos, lo tangible. Lo que pasa adentro a raíz de todo lo que pasa afuera, son "jilipolladas" o estados que con el tiempo se disuelven.

Alguien dijo alguna vez algo así como que "no nos pasa lo que nos pasa, sino lo que creemos que nos pasa". Fue un filósofo reconocido (por la mayoría, yo pertenezco a la minoría). Si tomamos en cuenta eso, entonces son las percepciones -y no los hechos- las que realmente cuentan. Puntos para Argentina.

Ahora bien, yo veo a los madrileños vivir sin revolcarse una y otra vez en el fango, sin darle demasiadas vueltas a las cosas: ya pasará, para qué hablarlo? Una cañita y a otro tema. Puntos para España.

Y acá estoy yo, en el medio, con la diplomatura en psicología que por defecto nos es otorgada a los argentinos en el día de nuestro nacimiento, pero viviendo en el país del "ya va a pasar". Supongo que algún día también a mí se me pasará y ya no necesitaré preguntarme cómo estoy... espero que, si ese día llega, mis amigas argentinas sigan llevándome al diván.